Cuando Carolina tenía cuatro años, la familia se trasladó a Badajoz, sin embargo, a pesar de vivir en una ciudad (aunque muy de provincias en la época) y a pesar de las ideas “progresistas” de la familia, la joven Coronado no recibió nada más que la normal (es decir muy pobre) educación de una señorita de su época, aunque es sabido que tuvo una buena cultura musical. Desde niña se demostró precoz en la lectura y en la composición literaria, especialmente de versos, y como autodidacta aprendió francés, inglés, italiano y portugués. Sin embargo, a pesar de las capacidades, y en contra de sus aspiraciones personales, la familia siempre obstaculizó la vocación literaria de Carolina, que se reveló pronto: en 1839 publicó en el periódico madrileño «El Piloto» la oda A una pluma, poema que despertó cierto interés, incluso en el bien famoso paisano suyo José de Espronceda. Pocos años después salió su primer libro Poesías con prólogo de Hartzenbusch.
El año 1854 fue un momento muy doloroso para la vida de nuestra escritora, a los dos años murió su hijo Horacio, pero las angustias no habían terminado, y veinte años después, en 1873, murió también su hija Carolina, cuyo cadáver, por decisión de su madre, fue embalsamado y conservado en un armario en el convento de las Madres Pascualas de Recoletos. Tras esta pérdida, el matrimonio se trasladó a Lisboa, a Paço d’Arcos y luego al palacio de la Mitra; en 1891 murió su marido Horacio, al que Carolina también mandó embalsamar y conservar en la capilla de su residencia y a él se dirigía todas las noches con el nombre de “El silencioso”. Carolina murió el 15 de enero de 1911 y su cuerpo, junto con el del marido, fue trasladado a Badajoz por su hija Matilde, la única que le sobrevivió, y por su yerno, el Marqués de Torres-Cabrera.
Aunque nunca se haya olvidado por completo a Carolina Coronado, la crítica ha vuelto a dedicarle atención desde hace relativamente poco tiempo. Famosa en su época por su belleza y elegancia, su talento, sus ideas anticonformistas y algo excéntricas (aunque llevó la vida discreta de una dama de la alta sociedad), su fortuna deslució tras su fallecimiento. Carolina en efecto, sin olvidar sus largas pausas entre una obra y otra, especialmente después de casada, fue una autora activa y creativa. Escribió y publicó sus poemas, algunos de ellos tradicionales otros bastante “inovadores” con cierta temática “libertaria”, poemas que se editaron en un primer momento en revistas y más tarde en volumen (en tres ediciones diferentes incorporando siempre nuevos textos); se dedicó a la prosa novelística (tenemos noticia de una quincena de novelas), al artículo y al ensayo de costumbre, y hasta al texto dramático, sabemos efectivamente que compuso varias obras teatrales (Alfonso IV de León, Un alcalde de monterilla y El divino Figueroa) aunque sólo una de ellas se estrenó (El cuadro de la esperanza, 1846).
Si es verdad que la crítica actual ha puesto más el acento en la inspiración “feminista” de su obra que, si por un lado reivindica más autonomía para la mujer y sobre todo el derecho a una buena educación y al ejercicio de las letras, por el otro pone a la persona Carolina en contraste existencial entre el papel público de escritor y el privado de esposa y mujer, no cabe duda de que la escritora extremeña es – prescindiendo incluso de esta problemática – una interesante y digna representante de las letras españolas del siglo XIX.
Obras de Poesía
Poesías, 1843; 2ª ed. ampliada 1852; 3ª ed. 1872.
Novelas
Jarilla, 1850.
Paquita y Adoración, 1850.
La Sigea, 1851.
Luz, 1851.
La rueda de la desgracia. Manuscrito de un conde, 1873.
El oratorio de Isabel la Católica, 1886.
Harnina (inacabada), 1880.
Ensayos
Los genios gemelos. Primer paralelo: Safo y Santa Teresa de Jesús, 1850.
Un paseo desde el Tajo al Rhin, descansando en el Palacio de Cristal, 1851.
Galería de poetisas contemporáneas (varios escritos publicados entre 1846 y 1862).
Teatro
El cuadro de la Esperanza, (inédito, fecha probable 1847-1848).
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